martes, 19 de octubre de 2010

Relato de una muerte anunciada

Estamos aquí reunidos para despedir los restos de un buen amigo:
Sentido Común.

Sentido Común vivió una larga vida, y murió al inicio del nuevo
milenio. Nadie supo realmente su edad, porque su certificado de
nacimiento se perdió hace mucho tiempo por culpa de la burocracia.

Sentido Común dedicó desinteresadamente su vida al servicio en las
escuelas, hospitales, hogares, fábricas y oficinas, ayudando a la
gente a hacer su trabajo sabiamente y sin fanfarrias.

Por décadas, reglas estúpidas y disposiciones sin sentido no
lograron derrotarlo. Se lo recordará siempre por habernos enseñado
cosas tan simples y útiles como protegernos de la lluvia para no
mojarnos, que el que madruga aprovecha mejor su día, y que la vida
no siempre es justa.

Vivió según reglas económicas básicas (no gastes mas de lo que
ganas), estrategias de crianza confiables (los adultos son los que
están a cargo, no los chicos) y sabiendo que ser el segundo en algo
no es malo.

Pero su salud comenzó a fallar cuando fue infectado por el virus del
individualismo.

Durante los últimos años su sola voluntad no alcanzó para
contrarrestar los ataques de la política, la cultura y la sociedad
en general. Miró con dolor como gente buena era subordinada a
oportunistas y corruptos, como el gozar de derechos permitió
vulnerarlos, como se puede agraviar amparado en la libertad de
expresión.

Finalmente, Sentido Común perdió sus ganas de vivir cuando comprobó
que la iglesia se transformó en un negocio televisivo, que los
futbolistas sólo juegan por la plata y no por la pasión, y que los
medios de comunicación sólo opinan, no informan.

Sentido Común fue precedido en la muerte por su padre y su madre,
Verdad y Confianza; su esposa, Discreción, y sus hijas,
Responsabilidad y Razón.

Lo sobreviven tres hermanastros: Derechos, Tolerancia y Queja.

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