domingo, 27 de mayo de 2012

¿Qué es una universidad?

Por: Jorge Secada Koechlin
La universidad es una creación humana. La pregunta por su naturaleza se responde enumerando y articulando sus funciones. En este caso, "¿qué es?" significa "¿para qué sirve?" En su larguísima historia la universidad ha acumulado muchas funciones, no siempre de manera ordenada y coherente. Pasemos lista a algunas de las más importantes.
La tarea más visible de la universidad, aquella que primero viene a la mente, es su labor educativa. Así como los colegios enseñan a leer y escribir, imparten conocimientos básicos, y contribuyen al desarrollo de habilidades prácticas elementales, las universidades instruyen a niveles más avanzados y capacitan profesionalmente, produciendo abogados, ingenieros, médicos, docentes y contadores. Muchos se embarcan en los estudios universitarios como preparación para el trabajo. Esto es evidente en el caso de las profesiones.
Actualmente esta función suele describirse con la frase, "venta de servicios educativos". Así concebimos la universidad como un comercio dedicado a proveer educación. Esta manera de hablar corresponde a una progresiva mercantilización de la vida. Es evidente que diversos quehaceres tienen costos, y que esos costos los paga alguien. Mi observación no busca cuestionar esto. Su sentido, más bien, es subrayar el hecho de que no toda actividad debe considerarse como negocio, e invitar a la reflexión sobre si la educación deba serlo.
Hay ocupaciones que no emprendemos mercantilmente. Sus costos los asumen quienes las adoptan sin siquiera determinarlos. Este es el caso de la maternidad, el sacerdocio y lo que se hace por amistad.También se aplica a mucho de lo que se hace por placer o por vocación. Muchos pintores pintan, músicos componen y escritores escriben aunque se mueran de hambre haciéndolo. Algunos logran sobrevivir con la venta de los resultados directos o indirectos de semejantes actividades. Pero no las emprenden con miras a su utilidad comercial. Podemos juzgar a estas personas de diversas maneras, admirando su entrega y su arte o condenando su falta de sentido práctico. En cualquier caso, lo que queremos resaltar es que no todo en la vida se concibe ni se hace mercantilmente.
La educación ha estado y está, al menos parcialmente, entre esas actividades. Hay personas que dedican su vida a ella y no lo hacen para ganar dinero. Los padres y familiares gastan mucho tiempo educando y no conciben sus esfuerzos mercantilmente. No quiero ahondar aquí este tema. Bástenos con recordar que hay relaciones cercanas entre lo que venimos llamando liberalismo político y la concepción mercantil de la sociedad. Pensar el ser humano, sus relaciones personales y el bien común fuera del marco de la economía es una tarea política imprescindible.
El consumidor nacional de servicios educativos no es un comprador informado ni con criterio. No existen entidades nacionales reconocidas universalmente que sirvan de referencia para evaluar la oferta del mercado universitario. Una institución académicamente de quinta pero con un buen departamento de ventas puede engatusar a prácticamente cualquiera. La protección de los consumidores de educación superior empieza por distinguir clara y explícitamente entre negocios universitarios y universidades sin fines de lucro. Hecha esta distinción, debe asegurarse el acceso público a la información relevante para que el consumidor pueda determinar la calidad de la educación ofrecida, información que debe exigirse de toda institución de educación superior. Más allá de eso, son los colegios profesionales a quienes corresponde determinar los requisitos para la colegiatura y el ejercicio profesional, independientemente de los títulos que se detenten.
Por su parte, las universidades sin fines de lucro, tanto públicas como privadas, podrían constituir un sistema universitario nacional que establezca autónomamente los requisitos necesarios para la acreditación correspondiente y que sirva para fortalecerlas y facilitar el uso eficiente de recursos. Estas instituciones deberían recibir incentivos tributarios y otras subvenciones y apoyos del Estado ya que cumplen papeles de interés público, que como veremos no se agotan con la enseñanza.
Desde esta perspectiva, la suspensión de licencias para nuevas universidades que se viene proponiendo se revela como una medida inoportuna e injustificable. Enhorabuena si se crean más universidades sin fines de lucro dignas de acreditación. Y si se trata de negocios, la manera de proteger a sus consumidores no es limitando arbitrariamente la oferta y favoreciendo a quienes ya comercian con la educación superior. Argumentar que hay demasiadas solicitudes en trámite además de nuevas universidades que aún no completan el período de prueba no viene al caso. Sabemos que estos trámites no garantizan calidad alguna. Informar a los consumidores y proteger a las verdaderas universidades hará más por el estudiantado nacional que continuar con estos procedimientos.
Una segunda función de la universidad, distinta de su tarea educativa, es la socialización de la juventud. La universidad es un espacio en el que, acabada la secundaria, el joven descubre la sociedad y el mundo. Dejando atrás definitivamente la tutela familiar, da en la universidad sus primeros pasos como adulto y ciudadano, se integra al país y enrumba su vida. Algunas universidades asumen esta función inevitable de manera consciente, la promueven fuera de las aulas e incentivan que sus catedráticos la asuman en sus cursos. A otras no les interesa en sí misma, y si le prestan algo de atención es en cuanto se relacione con sus fines comerciales.
Otra función universitaria reconocida generalmente es la producción de conocimiento, función que impone gastos considerables no necesariamente rentables y que explica en buena medida por qué todas las buenas universidades, sin excepción, son empresas subsidiadas. Una manera de distinguir una universidad de un instituto superior es observando que en ella la enseñanza no se desliga de la creación, sea porque quienes ahí enseñan contribuyen a las materias que imparten o porque al menos son capaces de examinarlas críticamente, sea porque educan asimilando a los procesos mismos de creación de conocimiento. Por eso, para ser profesor universitario suele requerirse un doctorado. Mientras que una maestría solamente demuestra competencia, un doctorado supone haber realizado una contribución original a la disciplina correspondiente. La producción de conocimiento en las diversas áreas del saber – las ciencias y la tecnología, los estudios ambientales, la jurisprudencia, la historia, la economía, la educación, las artes y humanidades – es un asunto de interés nacional, con consecuencias decisivas para el desarrollo económico y social de la nación.
Finalmente, mencionaremos un papel que debe asumir cualquier universidad que quiera cumplir con excelencia sus otras funciones: ser una comunidad de pensadores e intelectuales dedicada a la búsqueda del saber, al cultivo de la verdad y el entendimiento, a la conversación libre y desinteresada. La universidad ha encarnado la vida del espíritu y la razón desde sus albores hace casi mil años. En eso se asemeja a las academias de la antigüedad clásica y tiene como modelo la primera de ellas, la que fijó el término con el que nombramos la actividad propiamente universitaria, la Academia de Platón. En este sentido, la universidad es la esencial consciencia crítica de una sociedad a la cual enriquece y de la cual se nutre.
Este rápido listado de algunas de sus funciones nos permite apreciar lo complejo de la institución universitaria y la importancia que tiene para el país. Son muchos los temas y problemas que hay que enfrentar cuando se le estudia con la intención de diseñar una política universitaria nacional. En el Perú, sin embargo, la conversación sobre educación superior está dominada por los negocios universitarios. Habiendo tanto que pensar, discutimos sobre si estos comercios deben o no pagar impuestos. Habiendo tanto que hacer por la universidad peruana, desatinadamente consideramos suspender la creación de nuevos comercios universitarios. Ya es tiempo de que se imponga el sentido común más elemental. No perdamos más tiempo. Que los negocios universitarios se reconozcan sin matices como tales. Limpiemos el campo para la discusión que sí debemos tener sobre la cultura y la educación superior en nuestro país.

Fuente: Diario 16

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